jueves, 3 de mayo de 2018

Josu Ternera rectifica 40 años tarde








[Capítulo de mi libro 333 Historias de la Transición, La Esfera, 2015]




            LOS JEFES DE LA BANDA DECIDEN SEGUIR MATANDO

“De todas las cosas que pasan en estos años, una tiene más trascendencia que todas las demás: en otoño de 1977 ETA se pasa por el forro de la txapela una amnistía que se había hecho a su medida y decide seguir practicando la «lucha armada». Todo va conforme al devenir de la historia, todo es imparable, menos eso: ETA decide seguir matando. Nada influirá tanto como esa decisión en la vida de los vascos y los demás españoles, durante las décadas posteriores. Restará libertad a los ciudadanos, entorpecerá el desarrollo social y económico de Euskadi y condicionará la agenda política del Estado durante más de treinta años. Además de quitar la vida a novecientas personas, empobrecerá la de cuarenta millones, con un recorte efectivo de sus libertades. La decisión de seguir matando, intensificando incluso la actividad letal y ensanchando el espectro de víctimas (primero, representantes de la represión franquista, luego funcionarios de uniforme, después jueces, periodistas o ingenieros, más adelante cualquiera) tiene efectos colaterales inmediatos: alimenta los sentimientos más cavernícolas de la caverna, impide que se pueda pedir cuentas por los crímenes de la dictadura (mal se puede reclamar por crímenes pasados en el fragor de los crímenes presentes) y da argumentos a quienes intentan impedir el desarrollo democrático. Todo ello después de propiciar una ley del perdón encubierta: en las negociaciones con los nacionalistas para que los etarras salgan de la cárcel, el gobierno aprovecha para meter una cláusula que impide que entren en prisión funcionarios, autoridades y policías. La Ley de Amnistía del 15 de octubre de 1977 afecta a «todos los delitos de intencionalidad política, sea cual fuere su naturaleza, cometidos con anterioridad al 15 de junio de 1977». Quienes la han pactado se convencen a sí mismos de que deben pasar página sobre las atrocidades cometidas por los dos bandos desde la Guerra Civil, que ese día, dicen, termina para siempre. Pero a los jefes de ETA todo eso les importa un pimiento. Al revés: lo entienden como una muestra de debilidad del Estado al que combaten. Están envalentonados. Tienen organización, apoyo económico y algunos, con formación política maoísta, creen en la unidad popular, la guerra revolucionaria, el movimiento nacional de liberación y la toma del poder por las armas. Se opondrán a ese Estado con «fuerza militar», crearán estructuras de apoyo y… seguirán haciendo lo que saben. Con doscientos atentados y más de noventa asesinatos, el año 1980 será el más sangriento de su historia, metidos ya en una ofensiva en regla contra la democracia. Tardarán mucho tiempo en admitir que por ahí no van a ningún lado, que la nave de la democracia es más sólida que la de la dictadura y que nada le hará torcer el rumbo. Domingo Iturbe Abasolo (Txomin), José Antonio Urrutikoetxea (Josu Ternera), José Miguel Beñaran (Argala), Ansola Larrañaga (Peio el Viejo), Juan Ramón Aramburu (Juanrra), Isidro Garalde (Mamarru), Múgica Garmendia (Pakito), Lasa Mitxelena (Txikierdi), Eugenio Etxebeste (Antxon) y Arrieta Zubimendi (Azkoiti) son los miembros de la dirección de ETA militar que en otoño de 1977 adoptan la decisión: seguir matando. La historia los juzgará.”








No hay comentarios: